Recientemente, un cazador ha matado a dos agentes rurales en Aspa (Lleida) cuando le solicitaban indentificación y licencia. A colación de este hecho, escribí una breve reflexión que aquí comparto:
La compasión y el respeto humanos empiezan a profesarse con la criatura más diminuta de la Tierra hasta alcanzar a sus semejantes y a uno mismo. Si alguien es capaz de tolerar, e incluso provocar, el sufrimiento en cualquier otra forma de vida, es un peligro para sí mismo y cuantos le rodean.
Aquellos que practican la caza por ocio y diversión, silenciando el latir de campos y bosques, destruyendo la vida a su paso, matando por pura "afición", suelen ser individuos mermados, acomplejados, mutilados... que con un arma entre sus manos prueba a disipar sus sombras y carencias.
La línea que separa el maltrato animal del maltrato a las personas es estrecha y volátil. Prohibir la caza sería la manera perfecta de acabar con una agresividad y violencia que va filtrándose y trepando por otros ámbitos de nuestra sociedad. Para practicar deporte y puntería, sobra derramar cualquier gota de sangre.