El pasado domingo me acerqué por tercera vez a las Lagunas del Carrascal, en Villalba de Duero. En esta ocasión contaba con un importante aliciente: el estreno de mis nuevos prismáticos que Almu me regaló por Navidad.
Lo primero en dejarse ver fueron algunas fochas y cormoranes. Enseguida hizo acto de presencia la elegante señorita de otras veces: la garceta grande que tanto cariño le estoy cogiendo pese a que ella se empeñe en mantener una distancia de seguridad más que prudente y es que, igual que me miró, levantó el vuelo y se fue a otra laguna colindante.
Siguiendo con el paseo no tardé en volver a dar con ella. Próxima a la garceta pero sobre la lámina de agua, una bandada de nueve porrones descansaba confiadamente con la cabeza escondida bajo el ala.
De pronto, un rastro en el suelo llamó mi atención. En un principio pensé que podría ser de nutria ya que, desde siempre, he tenido la sospecha de que algún ejemplar habite por el lugar; sin embargo, al fijarme con más atención me sorprendió lo marcado de las uñas, señal característica del tejón, maestro de las artes excavatorias. Ciertamente acogí su presencia con gran sorpresa e ilusión; próximo a la zona se sitúa una colina de sustratos arenosos y poblada de pinos y encinas donde confío se encuentre la tejonera y pueda localizarla.
Pero la mayor sorpresa todavía estaba por llegar... Escuché un par de cuervos que graznaban y revoloteaban en torno a otro pájaro gris del mismo tamaño montando un escándalo tremendo. Me pareció una gaviota pero cuando tras unos instantes los córvidos se marcharon, el pájaro gris salió volando y entonces pude verle mucho mejor. Sobre el cuerpo grisáceo, distinguí dos manchas negras en los hombros y en los extremos de la parte inferior de las alas. No podía ser lo que me estaba imaginando... Se posó sobre un almendro, todavía sin flores, y de entre las ramas apareció ¡un semejante suyo! Apunté con los prismáticos y las dos impresionantes miradas rojas me hicieron estremecer... Una pareja de elanios ante mí como regalo celestial.
Más o menos recuperado del impactante descubrimiento, aguardé y disfruté de sus movimientos. Uno de ellos (quise imaginarme que el macho), el mismo que había expulsado a los grajos, levantó el vuelo hacia una de las lagunas y me pareció que se posaba en el suelo. El otro de los elanios se movió a un nogal cercano. Me sorprendió que prefirieran los árboles desnudos en vez de posarse sobre las pocas sabinas y encinas, tupidas y frondosas, que crecían próximas. Aunque los prismáticos estuvieron a la altura de las circunstancias brindándose semejante bautismo, maldije y remaldije mi cámara de fotos que no pudo captar la más mínima prueba de lo que os estoy contando... Queda, pues, para el futuro próximo la promesa de poner solución a este contratiempo haciéndome con un objetivo más apropiado.
Por último, me dirigí hacia una construcción de adobe a medio derruir en cuyos alrededores vi a un zorro deambular, buscando sin duda algo que llevarse a la boca. Según me aproximaba, confirmé que se trataba de un viejo colmenar abandonado. Se trata del segundo que conozco después del de mi pueblo, Carabias.
Los dos comparten la misma estructura consistente en un cercado de adobe con varios prunus y un habitáculo levantado sobre el muro sur que contiene encajonadas las colmenas hechas con troncos huecos.
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Exterior del colmenar desde dentro del cercado |
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Vistas del interior del colmenar desde ambos extremos |
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Pared sur del colmenar. Nótese la existencia de dos colmenas, una destapada a la que se le ha caído la cubierta y otra que conserva su estado original y es visible el orificio de entrada y salida de las abejas que protege el trozo de teja. |
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Vista de las colmenas desde el interior del colmenar |
En la soledad del antiguo colmenar abandonado, me pareció escuchar en el viento aquellos versos de Miguel Hernández profetizando el regreso del señor de la Casa de las Abejas:
"Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas."
Y así es como, tras volver a localizar la pareja de elanios, di por finalizada tan memorable tarde en las lagunas de Villalba para retomar la tarea menos grata que es el estudio.
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Bajo los chopos de la izquierda, en el borde de los juncos puede distinguirse una "mota blanca".
Efectivamente, una vez más se trata de la garceta grande haciendo gala de su omnipresencia. |