Sergio de Carabias

Sergio de Carabias
Mostrando entradas con la etiqueta Senegal. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Senegal. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de octubre de 2016

El Cementerio de la Isla de las Conchas



     A diez minutos en barca desde Fadiouth, la Venecia Senegalesa, encuentran reposo sus vecinos difuntos enterrados bajo montañas de conchas vacías que, a lo largo de los años, han tirado allí los pescadores acumulándose ahora por montones.





     Unos cuantos enormes baobabs hunden sus raíces en el manto blanco de conchas hasta llegar a los huesos que custodian y protegen como solemnes guardianes de verde uniforme.





      Se extienden por la isla las elevaciones de carcasas huecas e inútiles como jaulas vacías de las que ya escapó su ave cantora. Y a metro y medio reposan ahí abajo, las conchas besando el hueso a través de los tiempos, calcio sobre calcio, que otrora fue sostén y cobijo de vida. 






     Aunque la población de Fadiouth es mayoritariamente cristiana, como atestiguan las cruces de sus tumbas, también tienen cabida en su cementerio fieles de otras creencias y confesiones, unidos por igual en la muerte.

Tumbas de fieles musulmanes.



miércoles, 21 de septiembre de 2016

Rey Leopardo


Rey Leopardo,
por ser guapo
te encerramos
los humanos.

A su Alteza,
Rey de la Selva,
sumido ahora en la tristeza
de ver la vida entre las rejas,

me gustaría
complacerle en este día
dedicándole una poesía
para consuelo de su desdicha.




martes, 22 de diciembre de 2015

Fadiouth, La Venecia Senegalesa



     En la costa de Senegal, al refugio de un cordón litoral o restinga de arena, flota tranquilamente una pequeña isla a salvo de las grandes olas del Océano Atlántico. En el horizonte se recorta entre el cielo y el agua el perfil de un pueblo sencillo y humilde, ajeno al recuerdo italiano que en mi memoria despierta esta Venecia senegalesa...




     La isla de Fadiouth queda unida a la Madre África a través de un puente de madera que ondea sobre el agua como las pequeñas olas que bajo él suavemente tambalean. Los faroles y tejados de los descansillos le dan a la construcción cierto aire oriental...




     El continuo ir y venir de laboriosas mujeres aparatosamente cargadas a la cabeza simula la incesante actividad de un hormiguero en el que habitaran hormigas de dos piernas.




     Que Fadiouth es una población de confesión cristiana, minoría religiosa en África, es un hecho que enseguida se desprende al observar su cementerio, el campanario en su cima por una cruz rematado y también por la cantidad de cerditos, puercos o marranos que la vista encuentra en su recorrido. Un animal, cabe recordar, maldito para musulmanes y judíos.





     En un mar de desperdicios, buscan los cochinos restos orgánicos que comer con su alargado hocico a modo de aspiradora.





     La porquería se acumula por doquier en el agua y en la tierra. Gracias a las patrullas de piaras que viven libres por las calles, el entorno queda limpio de restos de comida pero nada pueden hacer contra plásticos y envases que van cambiando de lugar movidos por viento y marea.




     El detalle más llamativo de Fadiouth son sus suelos cubiertos por una alfombra de conchas blancas de pequeños bivalvos que se estremecen bajo los pies entre crujidos huecos. Recostados contra los muros de las casas, colocan coloridos cestos de fibra vegetal, muestra de la artesanía local.




     También abundan por las calles y pasajes, los pescados ya limpios, abiertos y salados, secándose al sol. El aire se empapa así con los fuertes olores a entraña de mar.












     Sobre el tapiz de blancas conchas se pasea un pajarito con plumas de oro y capucha de azabache. Sus patitas se pierden entre las oquedades que el calcio formó cuando tuvo vida.




     Pero no sólo de los frutos del mar viven en Fadiouth. Erigidos sobre pilares de madera, se levantan sobre el agua un rebaño de graneros para evitar que la subida de la marea malogre la cosecha.




     Un grupo de mujeres de piel blanca acaba de llegar a Fadiouth. Como embajadoras de un lejano país europeo, pasean curiosas por las calles captando la atención de los locales. Las madres portan sombreros y faldas, las jóvenes pantalones cortos y coleta... ¿Se creerán los niños negritos que en Europa las mujeres adultas deben taparse la cabeza y llevar libres las piernas?





     A la hora de marchar, el grupo de extranjeras decide tomar una barquita. Faltan el estilizado ferro y la práctica forcola,el largo remo y la camiseta a rayas y el sombrero del patrón pero algo hay de góndola en el alma de esa embarcación.



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Relamios de jirafa


Se relame la jirafa
pensando en hojas de acacia
tiernas y verdecitas
de los brotes, sin espinas,
apenas ya despertadas
a las luces de la vida.






sábado, 21 de noviembre de 2015

Para jugar


Para jugar
tu silla de ruedas me da igual
y tus piernas flaquitas.
Si no puedes andar
yo te puedo empujar.
Sólo importa ser amigos
y pasarlo bien
para jugar.



viernes, 20 de noviembre de 2015

Vente a vivir conmigo



Quisiera ser vecino
en este vecindario
y no tener por casa
nada más que un nido
de pajitas y palitos,
redondo y mullido,
a la hoja tejido
de una alta palmera
con cuidado y cariño
y quedar en el aire suspendido.
¿Te imaginas que sopla el viento?
Sería tan divertido...
Balancearse con la brisa
al compás de los trinos
de los pájaros amarillos.
¡Anímate, yo estoy convencido!
¡Vente a vivir conmigo!





miércoles, 18 de noviembre de 2015

Antes de ser Jirafa



La     Jirafa,
antes de ser jirafa,
fue princesa
de una alta torre
de la selva senegalesa.

Por eso sus dos cuernos
a modo de tiara
y su largo cuello
para alcanzar a ver
 tras las almenas.

Pero mírala
¡si todavía 
se reverencia
con la   gracia 
de Su    Alteza!



lunes, 20 de abril de 2015

Los pescadores de Mbour



     Al Norte de Senegal, 70 km por debajo de su capital Dakar, se encuentra la población de Mbour, conocida por su intensa y ancestral actividad pesquera. Precisamente Senegal, en la lengua nativa Wolof, quiere decir: "nuestro barco".


      A media tarde, cuando, sin embargo, todavía el sol luce alto en el cielo y calienta con fuerza, llegan los cayucos por decenas a la playa rebosantes de hombres y cajas de pescado recién capturado.




     Comienza entonces el frenético desembarco de la mercancía. Los cayucos aguardan amarrados tras la rompiente de las olas, y niños y adultos se lanzan al mar como gaviotas sobre un banco de peces dejando tras de sí una estela de espuma blanca y gotas frescas en el aire.

   

     Respetando su turno, los hombres se presentan al borde de la barca con sus cajas y canastos sobre la cabeza para recibir como bendición algunos peces frescos en esta singular romería de mar.




     A cada venida de las olas, hombres y bestias, ya acostumbrados, logran mantener la cabeza por encima del agua para poder seguir tomando aire... Es inevitable recordar la obra impresionista de Sorolla con sus bueyes arrastrando los veleros a la orilla, testimonio de aquellos tiempos en los que la fuerza animal era la única herramienta para el duro trabajo y que todavía pervive en muchos lugares sobre la faz de la Tierra... Bien puede asegurarse que el Mediterráneo de Sorolla aún vive en Senegal.





     Una vez recogido el pescado correspondiente, desde un par de ejemplares a un gran cesto o varias cajas, se regresa a la arena nuevamente a la mayor velocidad que el peso lo permita. Las ropas se pegan a la carne, tirantes, pesadas y dificultando los movimientos.








     Como si del mismo carro de Poseidón se tratara, reaparece la cabalgadura sobre las olas guiada por dos tritones demasiado humanos para ser mitológicos...





      A medio camino entre el mar y la arena, este par de hermanos se pasan los peces en un silencioso entendimiento.




     Mientras tanto, en la arena, mujeres y patrones esperan a estos correos de pescado. Las mujeres, de esa belleza excepcional que les brinda un color de piel tostado y brillante que realza el blanco de ojos y dientes, y que visten telas de vivos colores a juego con sus arreglados pañuelos y tocados, se entretienen en amena conversación mientras las madres más recientes sostienen a sus bebés de escasos meses.











     En cuanto les llegan los peces, las mujeres los limpian y trocean para hacer un sucedáneo de hamburguesas de pescado.





     Los portadores que no llevan el pescado a las mujeres, se desvían hacia alguno de los hombres de cierto grosor abdominal y ataviados con buenas ropas, que se hacen localizar a la sombra de llamativos paraguas y sombrillas mientras supervisan el trajín paseando por la orilla o desde su carro a modo de atalaya.








     La playa bulle vida y alboroto
   




     No hay color que falte a la cita. Las embarcaciones pintadas alegremente y la vestimenta de las gentes completan el repertorio cromático de los tonos oscuros de pieles y cabellos.





     Por detrás de la primera y segunda línea de playa, se sigue transportando pescado y tiene lugar su venta directa al público.




     Sobre mostradores de madera, se exponen los peces agrupados por especie y, las más de las veces, cubiertos por un enjambre de moscas atraídas por las sales en solución que todavía resbalan sobre escamas y aletas.







     Destaca la captura de estos gasterópodos de considerable tamaño que, al replegarse, no consiguen ocultar su pie carnoso por entero dentro de la concha y ofrecen una membrana callosa como protección. Tendidos sobre la arena, su forma esférica y colores pardos les hacen parecer algún curioso fruto marino.


Voluta trompa de elefante "Cymbium olla" Familia Volutidae.


     Sin embargo, ni tan siquiera su calcárea concha logra oponer resistencia alguna al afilado machete manejado tan diestremante por el hombre para librar la carne de la cáscara que será salada y secada al sol para luego cobrar gran aprecio en la cocina.




     Tras el trabajo de las mujeres limpiando el pescado, los restos y desperdicios quedan amontonados sobre la arena para festín de moscas y gaviotas y náuseas de los no acostumbrados a semejante hedor a putrefacción...




     Caballos, mulos y burros esperan sujetos a los carros la orden para desplazar alguna mercancía.



     Los equinos más afortunados reponen fuerzas comiendo algo de paja con el saco enganchado a la cabeza.





     No lejos de semejante barullo, un niño juega ajeno a la rueda junto a dos huesudas ovejas. No pasará mucho tiempo hasta que cambie juegos y despreocupaciones por las sacrificadas labores del mar...





      Y entre tanta gente de mar humilde y con la piel al aire, ¡cómo no recordar al eterno Machado!

"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
 casi desnudo, como los hijos de la mar"