Tras mucho tiempo intentándolo, por fin el pasado sábado tuve ocasión de acudir a uno de los festines que cada pocos días tienen lugar en el comedero de buitres del Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega.
Tras recoger los dos difuntos cerdos y varios pollos que en aquella ocasión compondrían el menú, pusimos rumbo al comedero. Fue verdaderamente espectacular comprobar cómo, al rato de llevar el remolque enganchado al todoterreno, empezaron a seguirnos varios buitres a gran velocidad sobrevolándonos a unos pocos metros por encima. Los muy resabidos reconocen ya estupendamente "el carrito los helaos"...
A cierto punto del camino, nos sorprendió una gran bandada de buitres posados en tierra. Al detenernos, distinguimos un perro, cruce de pastor alemán y mastín, defendiendo a ladridos un lechazo muerto del que empezó a dar buena cuenta para envidia de sus vecinos alados que no le quitaban ojo...
Llegados al comedero, la tropa de leonados comenzó a acudir en masa. Por las autovías del cielo, venían directos y ansiosos, los más de ellos, sin haber tenido tiempo ni tan siquiera para peinarse las plumas de vuelo...
Las nubes de algodón deshilachado componían el lienzo perfecto sobre el que recortar las siluetas de los buitres aquel día.
Aunque, como siempre, en un principio se mostraron recelosos de acercarse a la comida, una vez que el valiente del grupo tuvo coraje de hacerlo, el resto de los compañeros se avalanzaron sin tiempo que perder y así comenzaron a surgir las primeras tensiones... Demasiado buitre para tan poco espacio en el que comer...
De aquel momento recuerdo dos cosas con especial detalle: una, el sonido y otra, el olor, sobre todo, el olor. El sonido a coco y tambor que producían los mil cráneos huecos y varias pieles secas al ser pisados insistentemente por las garras de los buitres y el olor a vísceras y acidez que lo impregnó todo incluso antes de que los buitres empezaran a horadar con sus picos ganchudos el interior de las carroñas...
Tras los primeros careos, no tardaron en aflorar los picotazos, golpes y arañazos...
Menos mal que algunos se empeñan en poner paz y separar a los agitadores.
A medida que los buches íbanse copando con restos de carroña, el comienzo de la digestión invitaba a los comensales al reposo y al sosiego; momento apropiado para gozar retratando a estos seres por parejas o en solitario, de perfil o de frente... buscando su encuadre más llamativo...
Y es que uno no se da cuenta del atractivo de estas aves hasta que no les dedica una sesión fotográfica a corta distancia y las ve comer desplegando su amplia variedad de graznidos, gritos, ansias y malos modales en la mesa haciendo auténticos honores a la expresión de "ser un buitre".
El pellejo seco de un equino puede convertirse en la atalaya perfecta sobre la que otear los alrededores.
Mientras que algunos parecen posar, y hasta sonreír verdaderamente...
hay otros que parecen actores sacados de la más terrorífica de las películas...
Nada que, por otra parte, no pueda suavizarse imaginando que se trata de divertidos juerguistas recién salidos de la famosa Tomatina que se celebra en Buñol...
Varios de los buitres observados portaban anillas de PVC amarillo. Las lecturas que se pudieron hacer ascienden a un total de 15 ejemplares a los que hay que añadir otro con marcas alares (H1U). El listado de los códigos es el siguiente:
H1U FF3 240 75X FA3 PC9 PAJ 34M 759 750 706 PCF PAU PCJ PC2 PCH
Al ir a marcharnos, habiendo dado por finalizado el banquete, nos percatamos de la presencia de un Alimoche, el que para mí es, sin duda alguna, el buitre más especial de todos. Sobre una alfombra de calaveras esperaba su oportunidad de acercarse a aprovechar algún resto que hubieran dejado sus primos mayores en tamaño, número y avaricia... Portaba la anilla 050.