A cierta altura de la Avenida Mariscal López, una de las principales arterias de la ciudad de Asunción, capital de Paraguay, asoman alegres los panteones de mil y un colores del Cementerio de la Recoleta. La vistosidad del lugar invita al paseante a entrar y pasear entre ellos empapándose de la tranquilidad y el silencio que reinan el sagrado lugar. Casi 20.000 almas encuentran descanso y reposo, prohibido molestar.
Os invito a conocer este rincón peculiar y los pensamientos y reflexiones sobre el descanso eterno que me salieron al encuentro y quisieron inspirar.
En la ciudad de los muertos se agolpan sus viviendas unas junto a otras. Ninguna coincide en altura ni diseño, todas son únicas y diferentes, coloridas y las más de las veces alegres.
Si con curiosidad nos asomamos al interior de los panteones, descubriremos en sus cajas de madera a sus moradores, acompañados algunos por sus atuendos de glorias ya pasadas cubiertos de polvo.
Con sorpresa y escalofríos, se tomarán la molestia algunos vecinos de saludarnos en persona, con las órbitas vacías y la frente cubierta de un moho blanquecino.
Algunos de los nichos y tumbas tienen las puertas abiertas como jaulas vacías de las que se hubiera escapado su pajarillo, inequívoca señal de que sus inquilinos tenían alma inconformista y soñadora. Ya vuelan libres por los siglos de los siglos.
Muchos otros monumentos funerarios lucen vencidos por el paso del tiempo, dejando al rigor de la intemperie sus reliquias y restos.
En la ciudad de los muertos se agolpan sus viviendas unas junto a otras. Ninguna coincide en altura ni diseño, todas son únicas y diferentes, coloridas y las más de las veces alegres.
Si con curiosidad nos asomamos al interior de los panteones, descubriremos en sus cajas de madera a sus moradores, acompañados algunos por sus atuendos de glorias ya pasadas cubiertos de polvo.
Con sorpresa y escalofríos, se tomarán la molestia algunos vecinos de saludarnos en persona, con las órbitas vacías y la frente cubierta de un moho blanquecino.
Algunos de los nichos y tumbas tienen las puertas abiertas como jaulas vacías de las que se hubiera escapado su pajarillo, inequívoca señal de que sus inquilinos tenían alma inconformista y soñadora. Ya vuelan libres por los siglos de los siglos.
Muchos otros monumentos funerarios lucen vencidos por el paso del tiempo, dejando al rigor de la intemperie sus reliquias y restos.
Que en la muerte hay vida y que la vida es eterna parece ser el mensaje de este arbolito que se asoma a la puerta verde y enhiesto, devolviendo a la vida de nuevo al que duerme ahí adentro.
Conforme uno se aleja de los paseos centrales para internarse en las zonas más apartadas, las escenas de abandono empiezan a cobrar fuerza hasta llegar a su culmen comprobando la presencia de restos óseos abandonados a su suerte por las esquinas del lugar.
Una vieja calavera desdentada se asoma al sol del mediodía. Cuánto frío ha debido pasar los días de invierno sufriendo en suave lamento la lluvia sobre su frente, chocando incesante y resbalando por cada recoveco, lamiendo poco a poco el hueso.
Que no me engañen, en un cementerio no hay descanso eterno, lo que hoy es recuerdo vivo mañana será abandono y olvido.
Como resultado de la visita al Cementerio de la Recoleta, surgieron estos versos que aquí escribo y que espero, puedan cumplirse llegado el momento:
Que no me entierren cuando muera
Que no me entierren
cuando muera.
Entre cuatros paredes
me voy a agobiar,
bajo losas de piedra
no se puede respirar.
Para mí no quiero
tumba ni monumento
y menos si es de ladrillo,
hormigón o cemento.
Que no me entierren
cuando muera.
Que me dejen decidir
cómo pasar la eternidad,
que no me quiero aburrir
que la quiero disfrutar.
Ya he pensado
en dedicarla a volar,
volar para soñar,
soñar sin despertar.
Porque creo
en la vida eterna,
que no me entierren
cuando muera.
Que quiero volver
a los campos y praderas
y nadar ríos y mares
hasta el fin de las eras.
Que no me entierren
cuando muera.
Que me coman los buitres
es mi último deseo
¡que rápido llegaría
a las puertas del Cielo!
- "Hola, qué tal,
querido San Pedro,
¿puedo pasar?
he sido bueno..."
Que no me entierren
cuando muera.
Que planten
mis cenizas
bajo una bellota
de roble o de encina.
Que sea mejor
bajo un almendro
para que florezca
en mi recuerdo
puntual y preciso
cada año nuevo
con el sol naciente
del fin del invierno.
Vendrán los pájaros
a cantar en mis ramas
y mil mariposas y abejas
a libar mis flores rosadas.
Volveré a sentir
suaves caricias.
Volveré a reír
con sus cosquillas.
Pero que nunca me entierren
nunca jamás,
que si me entierran...
¡me muero de verdad!
Impresionante documento fotográfico. Sentidos y logrados versos. Magnífica composición, Sergio.
ResponderEliminarMe encanta,
Ignacio López Colón,