Sergio de Carabias

Sergio de Carabias

sábado, 13 de junio de 2015

El Ciervo Volante, Rey del Bosque



     Ya atardece, y en lo profundo de la hojarasca despierta el Rey del Bosque. Con paso lento y ceremonioso, moviendo cada una de sus patas una por una, comienza la procesión hasta un punto próximo y elevado. 



          Coronada la cima, eleva ligeramente la testa y se inclina desplegando las alas en soberbia genuflexión.  Es un breve instante el que permanece así, saludando a la luna y las estrellas recién encendidas, antes de elevarse al aire fresco y húmedo de la noche en busca de un reino que reinar.




          Demasiados reyes para tan pocos reinos... Ellos mismos lo saben, la evolución les ha escrito a fuego en sus genes con letras de quitina el mismo lema que el del Rey Sol, Luis XIV "Nec pluribus impar", "por encima de los demás".




          Y es que por encima de los demás han de pasar en la conquista de su reino. Diseñados con todo detalle para la lucha, no dudan en probar sus lanzas y adargas, cuidadosamente serradas y dentadas. La belicosidad extrema que ejercen les lleva a pelear con dureza entre el crujir de sus élitros y corazas, llegando, en ocasiones, a quebrarse sus duras pinzas...





         No es estrictamente necesario ser grande y fuerte para conquistar una hembra, basta con ser ágil y despierto... Mientras el resto de machos se distraen en luchas y combates, hay uno que, astuto e intrépido, dedica todos sus esfuerzos en agradarla con sutiles caricias...





          No transcurre mucho tiempo hasta que, convencida o no la hembra, acontece el culmen de la conquista: la procreación. 






          La pareja al amor entregada, se acerca a un lugar próximo donde rezuma savia azucarada de roble. El aroma embriagador empapa la brisa nocturna. A la princesa le ha dado el antojo de un sorbete dulce. 


         Sin embargo, ¡qué poco dura la tranquilidad amorosa y qué difícil es mantener la conquista! Un rey de corona mucho mayor se aproxima con sus armas desplegadas y dispuestas a la carga teniendo lugar lo inevitable...





          Nuestro reyezuelo destronado llora su pérdida en la distancia...







         Pero tampoco el gran rey disfruta de paz y sosiego por mucho tiempo... Las surgencias de savia dulce son un recurso muy apreciado en el bosque y un soldado colmenero ha llegado reclamando su parte e interrumpiendo a la pareja en su romántico momento.





         Ninguna de las dos partes parece querer buscar el acuerdo. Soldado soberbio y rey altivo, acostumbrados el uno a arrollar y el otro a no ceder, un mismo empeño y compartido deseo, ¡inevitable el desencuentro!     




          La trifulca se acrecenta y el gran macho abandona por un momento sus quehaceres reproductores. La diferencia de tamaños recuerda inevitablemente a la historia bíblica de David contra Goliath aunque, por el contrario, en esta ocasión, el gigante logre imponerse meritoriamente.








lunes, 1 de junio de 2015

La Guardia de la Ciudad Imperial



     Casi cinco siglos hace desde que Toledo dejó de ser la capital del Imperio de Carlos I de España y V de Alemania, en el que nunca se ponía el Sol. Sin embargo, todavía hoy se refieren a ella como Ciudad Imperial en claro homenaje a su glorioso pasado.



     Cuenta la leyenda que aquel año de 1561 no toda la Guardia Real acompañó al rey Felipe II y su corte hasta Madrid, la que habría de ser nueva capital. Muchos de los soldados sentían un fuerte apego por la mágica ciudad y se quedaron en ella, desobedeciendo así las órdenes del monarca. Felipe II, triste y apenado, abandonó la ciudad dejando allí a algunos de sus mejores y más fieles guardas. Su vieja ama de llaves, que lo había criado siendo un niño, sintió mucha rabia viéndolo así de tal manera que, volviéndose hacia la ciudad, maldijo:


Si con Su Alteza a Madrid
no es vuestro deseo venir
extramuros de Toledo habréis de vivir.

Comer pescado sin hervir,
pasar frío y de pie dormir,
será vuestro castigo hasta el fin.


      Narran las crónicas que una gran nube se concentró sobre Toledo e inició una tormenta legendaria de agua, rayos y truenos. Cuando cesó, varios días después, todos los soldados que no acompañaron al rey habían desaparecido...




      Aquella anciana de origen desconocido, levantaba grandes sospechas dentro de la Corte. Se la suponía una bruja venida de las montañas que, milagrosamente, había salvado al príncipe Felipe, cuando niño, de unas fiebres terribles. Desde entonces, había encontrado la protección del rey quien se hacía acompañar de ella en todos sus viajes.


      Lo cierto es que, gracias a que nadie le escuchó proferir aquella maldición, se salvó de una muerte segura en la hoguera acusada de brujería ya que sus palabras cobraron realidad y, desde entonces, allí donde el Tajo se despide de Toledo, reside la soldadesca convertida ahora en garzas, garcetas y garcillas...


        Como antorchas de fuego blanco, lucen las ardeidas colgadas de la vegetación de ribera frente a los muros de su querida Toledo.





       Sus torres de vigía son ahora las ramas altas de tamarindos y sauces, llevan por pico sus antiguas lanzas y alabardas y ya no portan cascos ni armaduras de metal sino copetes de plumas encrestadas y penachos sobre el pecho...







     Generales, coroneles, comandantes y soldados rasos conservan los colores y galas de sus antiguos uniformes. Todos ellos buscan sus posiciones apropiadas en la línea defensiva de la Isla de los Tamarindos.





     El conjunto de sus miembros se turna en la vigilancia temerosos de que vuelva la bruja de nuevo... Con el cuello recto y erguido, repasando son su penetrante mirada punto por punto hasta el horizonte, pasan las horas.











      Con cada atardecer, los hay que, arrepentidos de corazón, se encaraman a las almenas para reverenciarse ante el Sol y pedir su perdón.





      Otros, en cambio, emprenden rumbo a Madrid desesperadamente creyendo que todavía pueden encontrar a su traicionado rey para clamar clemencia... Pero regresan al amanecer con excaso resultado y los ojos rojo granate de haber llorado sangre por toda la noche...






      Porque sin mi amigo David no hubiera disfrutado de estos momentos, esta entrada va dedicada a ti, para que te animes a estrenar un blog y sigamos compartiendo aventuras parecidas ;)






miércoles, 27 de mayo de 2015

Refugio de Murciélago mediterráneo de herradura "Rhinolophus euryale" en Rascafría



     En el Valle del Lozoya, concretamente en las inmediaciones de Rascafría (Madrid), se levanta un molino de agua ya abandonado y convertido ahora en el refugio de una colonia de unos 200 ejemplares de Murciélago mediterráneo de herradura "Rhinolophus euryale".

     Era el cuarto fin de semana del mes de mayo cuando, dando un paseo a la orilla del río, descubrimos la antigua construcción. Desde fuera de la misma, se oía un fuerte murmullo como de ratones... Al entrar, nos sorprendió la gran actividad que mostraban los murciélagos pese a ser pleno día.






     Como pequeños duendes de grandes orejas y puntiagudas narices, se apelotonaban la mayoría de los murciélagos colgados boca abajo.





     Contemplando el conjunto de la colonia, puede calcularse una cantidad de 200 individuos aproximadamente.





miércoles, 20 de mayo de 2015

El despertar del Gran Duque



Mediados de un mayo
sofocante por adelantado.

 Cae la tarde y con ella la calima;
los pobres campos ¡ya respiran!

En el corazón del viejo pino
brillan dos luceros ambarinos.

Magia y misterio ya quieren volar,
el Gran Duque acaba de despertar.







lunes, 20 de abril de 2015

Los pescadores de Mbour



     Al Norte de Senegal, 70 km por debajo de su capital Dakar, se encuentra la población de Mbour, conocida por su intensa y ancestral actividad pesquera. Precisamente Senegal, en la lengua nativa Wolof, quiere decir: "nuestro barco".


      A media tarde, cuando, sin embargo, todavía el sol luce alto en el cielo y calienta con fuerza, llegan los cayucos por decenas a la playa rebosantes de hombres y cajas de pescado recién capturado.




     Comienza entonces el frenético desembarco de la mercancía. Los cayucos aguardan amarrados tras la rompiente de las olas, y niños y adultos se lanzan al mar como gaviotas sobre un banco de peces dejando tras de sí una estela de espuma blanca y gotas frescas en el aire.

   

     Respetando su turno, los hombres se presentan al borde de la barca con sus cajas y canastos sobre la cabeza para recibir como bendición algunos peces frescos en esta singular romería de mar.




     A cada venida de las olas, hombres y bestias, ya acostumbrados, logran mantener la cabeza por encima del agua para poder seguir tomando aire... Es inevitable recordar la obra impresionista de Sorolla con sus bueyes arrastrando los veleros a la orilla, testimonio de aquellos tiempos en los que la fuerza animal era la única herramienta para el duro trabajo y que todavía pervive en muchos lugares sobre la faz de la Tierra... Bien puede asegurarse que el Mediterráneo de Sorolla aún vive en Senegal.





     Una vez recogido el pescado correspondiente, desde un par de ejemplares a un gran cesto o varias cajas, se regresa a la arena nuevamente a la mayor velocidad que el peso lo permita. Las ropas se pegan a la carne, tirantes, pesadas y dificultando los movimientos.








     Como si del mismo carro de Poseidón se tratara, reaparece la cabalgadura sobre las olas guiada por dos tritones demasiado humanos para ser mitológicos...





      A medio camino entre el mar y la arena, este par de hermanos se pasan los peces en un silencioso entendimiento.




     Mientras tanto, en la arena, mujeres y patrones esperan a estos correos de pescado. Las mujeres, de esa belleza excepcional que les brinda un color de piel tostado y brillante que realza el blanco de ojos y dientes, y que visten telas de vivos colores a juego con sus arreglados pañuelos y tocados, se entretienen en amena conversación mientras las madres más recientes sostienen a sus bebés de escasos meses.











     En cuanto les llegan los peces, las mujeres los limpian y trocean para hacer un sucedáneo de hamburguesas de pescado.





     Los portadores que no llevan el pescado a las mujeres, se desvían hacia alguno de los hombres de cierto grosor abdominal y ataviados con buenas ropas, que se hacen localizar a la sombra de llamativos paraguas y sombrillas mientras supervisan el trajín paseando por la orilla o desde su carro a modo de atalaya.








     La playa bulle vida y alboroto
   




     No hay color que falte a la cita. Las embarcaciones pintadas alegremente y la vestimenta de las gentes completan el repertorio cromático de los tonos oscuros de pieles y cabellos.





     Por detrás de la primera y segunda línea de playa, se sigue transportando pescado y tiene lugar su venta directa al público.




     Sobre mostradores de madera, se exponen los peces agrupados por especie y, las más de las veces, cubiertos por un enjambre de moscas atraídas por las sales en solución que todavía resbalan sobre escamas y aletas.







     Destaca la captura de estos gasterópodos de considerable tamaño que, al replegarse, no consiguen ocultar su pie carnoso por entero dentro de la concha y ofrecen una membrana callosa como protección. Tendidos sobre la arena, su forma esférica y colores pardos les hacen parecer algún curioso fruto marino.


Voluta trompa de elefante "Cymbium olla" Familia Volutidae.


     Sin embargo, ni tan siquiera su calcárea concha logra oponer resistencia alguna al afilado machete manejado tan diestremante por el hombre para librar la carne de la cáscara que será salada y secada al sol para luego cobrar gran aprecio en la cocina.




     Tras el trabajo de las mujeres limpiando el pescado, los restos y desperdicios quedan amontonados sobre la arena para festín de moscas y gaviotas y náuseas de los no acostumbrados a semejante hedor a putrefacción...




     Caballos, mulos y burros esperan sujetos a los carros la orden para desplazar alguna mercancía.



     Los equinos más afortunados reponen fuerzas comiendo algo de paja con el saco enganchado a la cabeza.





     No lejos de semejante barullo, un niño juega ajeno a la rueda junto a dos huesudas ovejas. No pasará mucho tiempo hasta que cambie juegos y despreocupaciones por las sacrificadas labores del mar...





      Y entre tanta gente de mar humilde y con la piel al aire, ¡cómo no recordar al eterno Machado!

"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
 casi desnudo, como los hijos de la mar"