Sergio de Carabias

Sergio de Carabias

lunes, 20 de abril de 2015

Los pescadores de Mbour



     Al Norte de Senegal, 70 km por debajo de su capital Dakar, se encuentra la población de Mbour, conocida por su intensa y ancestral actividad pesquera. Precisamente Senegal, en la lengua nativa Wolof, quiere decir: "nuestro barco".


      A media tarde, cuando, sin embargo, todavía el sol luce alto en el cielo y calienta con fuerza, llegan los cayucos por decenas a la playa rebosantes de hombres y cajas de pescado recién capturado.




     Comienza entonces el frenético desembarco de la mercancía. Los cayucos aguardan amarrados tras la rompiente de las olas, y niños y adultos se lanzan al mar como gaviotas sobre un banco de peces dejando tras de sí una estela de espuma blanca y gotas frescas en el aire.

   

     Respetando su turno, los hombres se presentan al borde de la barca con sus cajas y canastos sobre la cabeza para recibir como bendición algunos peces frescos en esta singular romería de mar.




     A cada venida de las olas, hombres y bestias, ya acostumbrados, logran mantener la cabeza por encima del agua para poder seguir tomando aire... Es inevitable recordar la obra impresionista de Sorolla con sus bueyes arrastrando los veleros a la orilla, testimonio de aquellos tiempos en los que la fuerza animal era la única herramienta para el duro trabajo y que todavía pervive en muchos lugares sobre la faz de la Tierra... Bien puede asegurarse que el Mediterráneo de Sorolla aún vive en Senegal.





     Una vez recogido el pescado correspondiente, desde un par de ejemplares a un gran cesto o varias cajas, se regresa a la arena nuevamente a la mayor velocidad que el peso lo permita. Las ropas se pegan a la carne, tirantes, pesadas y dificultando los movimientos.








     Como si del mismo carro de Poseidón se tratara, reaparece la cabalgadura sobre las olas guiada por dos tritones demasiado humanos para ser mitológicos...





      A medio camino entre el mar y la arena, este par de hermanos se pasan los peces en un silencioso entendimiento.




     Mientras tanto, en la arena, mujeres y patrones esperan a estos correos de pescado. Las mujeres, de esa belleza excepcional que les brinda un color de piel tostado y brillante que realza el blanco de ojos y dientes, y que visten telas de vivos colores a juego con sus arreglados pañuelos y tocados, se entretienen en amena conversación mientras las madres más recientes sostienen a sus bebés de escasos meses.











     En cuanto les llegan los peces, las mujeres los limpian y trocean para hacer un sucedáneo de hamburguesas de pescado.





     Los portadores que no llevan el pescado a las mujeres, se desvían hacia alguno de los hombres de cierto grosor abdominal y ataviados con buenas ropas, que se hacen localizar a la sombra de llamativos paraguas y sombrillas mientras supervisan el trajín paseando por la orilla o desde su carro a modo de atalaya.








     La playa bulle vida y alboroto
   




     No hay color que falte a la cita. Las embarcaciones pintadas alegremente y la vestimenta de las gentes completan el repertorio cromático de los tonos oscuros de pieles y cabellos.





     Por detrás de la primera y segunda línea de playa, se sigue transportando pescado y tiene lugar su venta directa al público.




     Sobre mostradores de madera, se exponen los peces agrupados por especie y, las más de las veces, cubiertos por un enjambre de moscas atraídas por las sales en solución que todavía resbalan sobre escamas y aletas.







     Destaca la captura de estos gasterópodos de considerable tamaño que, al replegarse, no consiguen ocultar su pie carnoso por entero dentro de la concha y ofrecen una membrana callosa como protección. Tendidos sobre la arena, su forma esférica y colores pardos les hacen parecer algún curioso fruto marino.


Voluta trompa de elefante "Cymbium olla" Familia Volutidae.


     Sin embargo, ni tan siquiera su calcárea concha logra oponer resistencia alguna al afilado machete manejado tan diestremante por el hombre para librar la carne de la cáscara que será salada y secada al sol para luego cobrar gran aprecio en la cocina.




     Tras el trabajo de las mujeres limpiando el pescado, los restos y desperdicios quedan amontonados sobre la arena para festín de moscas y gaviotas y náuseas de los no acostumbrados a semejante hedor a putrefacción...




     Caballos, mulos y burros esperan sujetos a los carros la orden para desplazar alguna mercancía.



     Los equinos más afortunados reponen fuerzas comiendo algo de paja con el saco enganchado a la cabeza.





     No lejos de semejante barullo, un niño juega ajeno a la rueda junto a dos huesudas ovejas. No pasará mucho tiempo hasta que cambie juegos y despreocupaciones por las sacrificadas labores del mar...





      Y entre tanta gente de mar humilde y con la piel al aire, ¡cómo no recordar al eterno Machado!

"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
 casi desnudo, como los hijos de la mar"


4 comentarios:

  1. Magnífico reportaje y textos, amigo,

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  2. Muy buena experiencia! Tengo la suerte de conocer el lugar, las fotos y las descripciones me transportaron por un momento al sitio ;)

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    1. Gracias, Fede ;) La verdad que se trata de un lugar único en el mundo... ¡qué suerte que tú también lo hayas disfrutado en persona!

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