Más de una semana ha transcurrido ya desde aquel inolvidable sábado 8 de marzo y, cada vez que lo recuerdo, todavía me cuesta creer que fuera cierto y no un sueño... aquel mi primer encuentro con el Lince.
Justo dos semanas antes, estuve por Andújar tras el mismo rastro con motivo del taller sobre el Lince Ibérico que organizó magníficamente el Albergue Fuente Agria. No hubo suerte aquella vez y, cuando días después, se me volvió a presentar la ocasión de volver a intentarlo de la mano del amigo Jorge no lo dudé y allá que volví.
Tras un alto en la atronadora cascada de la Cimbarra, en pleno Despeñaperros, llegué el viernes por la tarde a Andújar donde me reencontré con el resto del grupo. Esa misma noche, dormí en el coche... muy sufridamente, con un frío y humedad de los que no se quitan ni con manta y abrigo puesto. -Todo sea por ver al lince- me decía para mis adentros como único consuelo al recordar que el gran experto Gabi Llorens, cada vez que acude a la misma cita, padece semejantes penurias...
Finalmente, así sobrevino la primera claridad del día nos echamos al camino. Entre telescopios y prismáticos nos sorprendió el amanecer escudriñando bolos graníticos, senderos, encinas, alcornoques, lentiscos y prados en busca del gran gato.
Vistas del Valle y Caserío ya famosos, por los amigos del Lince en el entorno del Jándula. |
Cualquier curva de la pista resulta buen mirador para dedicarse a la búsqueda del lince. |
Pasadas las 11 am, Jorge C. propuso dar un paseo por la pista de arena para despejarnos de tanto visor y mirilla, y disfrutar de aquella espléndida mañana. Yo acepté encantado, con el claro objetivo, además, de encontrar un charco con agua de lluvia y poder lavarme las manos para ponerme las lentillas y ver algo mejor que con las gafas.
A ambos lados de la pista crecían, minúsculos, esos heraldos de la primavera llamados narcisos. También nos fijamos en el delicado garbancillo y tantas otras plantitas en flor.
Narcissus asoanus |
En no sé qué parte de una profunda conversación sobre la vida íbamos cuando, de imprevisto, tras superar un cambio de rasante en el camino, mi compañero de ruta se sobresaltó, con razón: "¡Quieto-to-to-to que está ahí!"
Y al momento, de entre la vegetación, se apareció ante nosotros la silueta del Señor Lince con sus luengas barbas y afiladas orejas.
Cruzó el camino tranquilo, ignorándonos por completo, y con una asombrosa ligereza, saltó a las rocas para superar el desnivel.
Desde la mayor altura que le brindaba su nueva posición, nos obsequió dedicándonos su mirada noble de grandes luceros ambarinos.
Siguió subiendo por la ladera para dedicarse, por unos segundos, a olfatear las ramas de un lentisco. Tras lo cual, desapareció bajo el arbusto igual que se presentó... mágica y sigilosamente.
Todavía sin recuperarnos de la inabarcable emoción que nos desbordaba, nos abrazamos (y hasta diría yo que saltamos) con gran júbilo y agradecimiento hacia Dios, el universo, las fuerzas ocultas de la naturaleza y, por supuesto, al generoso animal que había querido dejarse ver para disfrute de nuestros ojos.
Cuando volvimos adonde habíamos dejado a los pobrecitos otros compañeros, nos vilipendiaron y calumniaron sin querer dar crédito a nuestro testimonio, caras de ilusión y magníficas fotografías que Jorge había conseguido sacarle venciendo la tensión del momento con gran maestría.
Bien demostrado nos quedó que el Lince es caprichoso en sus apariciones y que "el Cosmos proveé": seguro estoy de que haber dormido de aquella manera y no llevar la cámara de fotos ni las lentillas en el justo momento, fueron razones de peso que atrajeron al felino hacia mí. Ni qué decir tiene que la noche del sábado la pasé en una cómoda y caliente cama que me pagué como homenaje tras semejante jornada y, claro está, al domingo siguiente, del lince... ¡ni rastro!
Foto de grupo. Andújar, 9 de marzo de 2014. |
¡Enhorabuena, Sergio! Eres ya uno de los afortunados que hemos visto sus andares elásticos y silenciosos. La primera vez que lo vi también iba sin cámara, una noche en la que conducía por un carril de tierra y topé con un "bicho" grande agazapado que acechaba algo.
ResponderEliminarEs una pena no haber coincidido porque al final no pude acercarme por allí, pero seguro que llegarán más ocasiones.
¡Saludos!
¡Gracias Carlos! La verdad que, aunque al principio me tiré de los pelos pensando en que no llevaba la cámara, ya más templado creo que me vino mejor para disfrutar de la observación y no desperdiciarla en preocuparme por atender el manejo de la cámara.
EliminarSeguro que coincidimos más pronto que tarde, ya sea por las estepas cerealistas del Jarama o el Brazo del Este ;)
Enhorabuena por el avistamiento. Y encima a la segunda intentona, no está nada mal. Visto desde muy cerca y sin matorral que le tapara, qué gusto.
ResponderEliminarP.D: no animes a Carlos demasiado que luego al que le toca aguantarle todo el día es a mí, je, je. Tanto para la próxima vez que vuelva él por las estepas cerealistas como si quieres venir solo, estaré encantado de recibirte.
¡Muchas gracias por la invitación! No caerá en saco roto ;)
EliminarBellissima,...che incontro emozionante, complimenti.
ResponderEliminar